Si la respuesta por alguna casualidad es que si, seguramente desde que empecé a escribir el primer carácter de este artículo debí sentirme alegre por saber que mis conclusiones estaban un tanto correctas…
Después de como cuatro días sin escribir ni una línea siquiera, el sentir de mi espíritu de joven escritor era semejante al de una caldera hirviendo, calentándose cada vez mas y mas produciendo tanto humo que rogaba por escabullirse por una mínima rendija.
La noche de esta inesperada inspiración tenía una puesta en escena también muy inesperada, un cielo rojizo y muy distinto a todos los anteriores que he visto porque tenía una característica muy rara (al menos eso me pareció en ese instante) la cual le daba un aspecto como el de una pared pues no permitía que la vista lo traspasara y no dejaba para nada apreciar lo que acontecía atrás de el; el tiempo pasaba y extrañaba un lucero o una estrella fugaz para siquiera pedirle un deseo lanzado al viento, un deseo que me permitiera fluir mis ideas… Solo eso le pedía a los astros sin dejar a un lado a mi glorioso Dios en mi petición, rey de todos los mortales. De pronto como un relámpago que se asoma, nació en medio de mi papa y yo una conversación cargada de pensamientos con tono político, pero que en esencia claramente reflexiva.